Dos
Aprieta el timbre dos veces ante la puerta de Jeremías y tarda un momento en escucharse el ruido de pasos descalzos al acercarse. Jeremías abre la puerta en toalla, recién salido de la ducha, y echa un vistazo hacia la calle comprobando, como si sirviera de algo o hubiera que temer de la presencia de extraños, que Félix viene solo y nadie observa su entrada a la casa. Una vez cerrada la puerta Jeremías cambia su actitud y saluda afectuosamente a Félix que responde de igual forma. Por sobre el hombro de Jeremías lanza una mirada hacia la pieza, ahí ve las zapatillas de Danielle que está acostada sobre la cama. Jeremías vuelve a entrar al baño, Félix entra a la pieza y saluda a Danielle para sentarse a los pies a esperar que Jeremías salga de la ducha.
Danielle le pide a Félix que ponga algo de música, él se para y revisa entre los discos de Jeremías, encuentra uno con carátula amarilla y una pequeña raya roja en el centro, lo pone, se escucha a una mujer cantando en un idioma nórdico, se puede decir.
- Soñé contigo anoche –le dice intempestivamente Danielle. Félix se encoge de hombros y se sienta en el suelo, a los pies de la cama, a escuchar la música y nada más.
- Éramos hermanos y vivíamos en el sur, muy al sur, lo sé porque se veían unos árboles que daban esa impresión, creo –Félix menea la cabeza siguiendo la melodía de violines que se adueña del silencio-. Teníamos una abuela, no era nadie que yo conociera, en la realidad, digo, y era muy fina y con el pelo muy, muy blanco –Félix cierra los ojos y se conmueve un poco con la voz de la mujer que canta, que es muy dulce-. La vieja quería obligarme a que me acostara contigo, que estabas debajo de unas frazadas, no te veías, la verdad, pero yo sabía que eras tú el que estaba ahí, y yo le tenía mucho miedo a la abuela pero no quería meterme ahí contigo –él mueve los pies para llevar el ritmo, respira hondo-. La abuela decía que tenía que hacerlo porque debía mantenerte satisfecho.
Silencio en el equipo, silencio en la pieza.
Félix suelta una carcajada.
- Ayer lloré, no sé muy bien por qué –dice Félix.
- Al despertar lo llamé, ¿sabes?, no me importó mucho la larga distancia, quería hablar con él...
- Creo que pensé en mí llorando y me dio mucha pena, y lloré...
Se quedan callados, pero ahora está gritando la mujer del equipo. Entonces Jeremías sale del baño ya vestido y con él entra al dormitorio una oleada de vapor. Ya, dice, ya, repite. Félix pide permiso y entra al baño.
Adentro todo está húmedo y envuelto de vapor. Abre la llave del lavamanos y se apoya en él, frente al espejo que está cubierto y no muestra nada. Félix envuelve su mano en la manga del chaleco y la pasa por el vidrio empañado. Por unos segundos en los que queda aterrorizado el espejo no le devuelve ningún reflejo, pestañea, y ahí está, vuelve a respirar. Toma un poco de agua y sale del baño.
Jeremías y Danielle están sentados al borde de la cama. Jeremías sostiene una pequeña cajita de madera que extiende hacia Félix. Félix la observa. Ya, dice Jeremías, y Félix la abre. En su interior no se ve nada, o todo se ve negro, más bien. Félix mete los dedos en la caja.
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