Cinco
No hay más bautismo
que el bautismo de fuego.
Piglia, Respiración artificial.
Despertar. El despertar de ese día que se ha estado esperando desde hace tanto tiempo. El día. La luz atraviesa las persianas semiabiertas y dota de colores brillantes a todo lo que existe en esa pieza. El sol asomándose entre los vestigios de las nubes que han dominado últimamente. Hoy no.
Levantar las frazadas con fuerza. Un gran impulso interior, salir de la cama, dirigirse a la cocina, tostar un pan, tomar un vaso de leche, marcar una cruz, igual a las otras, en el calendario, pero esta vez en el día que está enmarcado con rojo.
Ir al baño, abrir las llaves del agua, entrar a la ducha, sentir que el agua es parte de tu propio cuerpo, permanecer un par de minutos ahí, sonriendo pero con lágrimas en los ojos.
Secarse, vestirse en la pieza con las ventanas abiertas, percibir los tímidos rayos cálidos en todo el cuerpo. Escoger ropa alegre, de muchos colores, que brille un momento cuando tenga el celeste de fondo. Ver un segundo la foto de Félix y tú, y ponerla boca abajo para no verla nunca más.
Salir del departamento, como cualquier día, saludar al portero, ambular por la calle, mirar a la gente que camina también. Un día normal, comprar un chocolate en el kiosco de la esquina, botar el envase vacío en un basurero cualquiera, mirar tu reflejo en las vitrinas iluminadas.
Acercarse al edificio antiguo, dar saludos a las personas que has convencido con argumentos falsos, tomar el ascensor hasta la azotea, arrepentirse de no haber traído una chaqueta al sentir el frío de las alturas, espantar las palomas en la cornisa, sentarse en ella, sentirse lista.
Pensar en razones, sentimientos, procederes. Meter la mano en el bolsillo, desplegar la carta exculpadora, arrojarla, ver como el viento la domina, la lleva al lugar que él elige.
Cerrar los ojos, sentir el aire alrededor, pensar en el brillo, delante del sol, de tu ropa, ser un punto que se va haciendo cada vez más grande para la gente abajo, un chiflón multicolor para los que están en los pisos intermedios, ser una memoria, un recuerdo vago que se apaga en los otros, una conciencia súbita del destino. Una necesidad de oportunidades, de vida.
Levantarse del lugar, mirar hacia abajo, la gente caminando, sentir el repicar del teléfono en el bolsillo. Dirigirse al elevador, bajar al fin, de una buena vez. Salir del edificio, poner los pies en el cemento, en la acera, empezar a caminar nuevamente.
En el departamento una mano levanta la foto.
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