Siete
El teléfono.
Estiro el brazo y escucho la voz que surge desde algún otro lado.
Si el problema de siempre es el mismo de siempre, ¿por qué no solucionarlo? Lo que pasa es que no es lo que se cree, lo que molesta es la superficie, la cáscara de algo, y el verdadero problema está en la forma, adentro. Que yo no quiero más, que vivir de esta manera no puede continuar no es algo profundo, sino que manifestaciones de la realidad, que es que no estoy configurado para este tipo de vida y me convenzo de lo contrario. Por eso, entre todos los aspectos que me gustan de ti, puede importar más en momentos como este que seas desordenada, que no te guste comer en la cama, que duermas con chaleco cuando hace frío. Y no, claro, no hay más amparo para la mantención de eso que notar que es lo tradicional de cada uno, para defender los aspectos diferentes de la individualidad, y así se pudre. Al fin y al cabo se trata de una pugna, que no te incluye como persona, sino que se establece en mí, entre el yo y el nosotros, que conviven dentro de uno en una situación como esta, cuando hay alguien extracuerpo pero de alguna manera adentro. Me refiero al nosotros que crece cada vez que me sonríes, que caminamos por la ciudad, que mi mano duerme con tus pechos. Pasos adelante en desmedro del otro que lucha, la identidad individualista que no transa en su desarrollo, que habla sobre lo poco necesario de tu presencia. Es quizás el problema de escuchar. Gracioso que me criticas lo contrario, y junto con eso mis ausencias, el poco compañerismo.
Existen dos caminos, y no es posible no verlos separados. Basta un detalle para tomar una vía, y en el momento la otra queda obsoleta, se derruye en segundos ante los ojos, quizás la conciencia. Probablemente no. Y ahí se origina la lástima, el arrepentimiento. Si al final son dos opciones, no más. Si solo pudiera dirigirme en los dos sentidos, trabajar por los dos caminos, bicapaz, ambidiestro. Pero no puedo. Si es mi maldición, aquí y ahora decido que me voy, pero ahora y aquí decido que me quedo a tu lado. Sabiendo de la incapacidad, intranquilo por el yo y el nosotros.
Miro mis dos manos y las quiero iguales. Suelto el teléfono que estuvo entregándome el mismo sonido por un rato. Me doy vuelta, el sol rebota en el vidrio del portarretratos, y entra en mis ojos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario