16-04-2007

Novela ambidiestra 2005 (proyecto) (VI)




Seis



Tres números rojos palpitan en medio de las tinieblas.
Tic.
Tac.
Tic.
Tac.
Los ojos de Félix abiertos, la mirada pegada en esos números que de tanto verlos han perdido sentido aunque sabe, cómo no, que quedan veintitrés minutos antes de que se desate el ruido. El miedo en el estómago de todas las mañanas lo invade como siempre, es que al despertar se vuelve a ser uno para dejar de ser de uno mismo y ser mucho más de los demás... ¿Se puede escribir algo así? ¿Es cierto por lo demás?
Tic.
Tac.
Tic.
Tal como lo sospechaba, al exhalar se ve el vapor de su aliento, incluso en la penumbra que empieza a ganar terreno: más motivos para temer, menos razones para levantarse. El inexorable murmullo de la radio arremete, se escucha el rumor borroso y crepitante del dial entre dos estaciones justo como... Clichés, metáforas baratas, todo tiene que ser tan vulgar, tan precario.

Té y pan, pan y té, el desayuno pasa fugaz por sus manos. Pocas cosas le son más deprimentes que comer solo. La rapidez viene bien.

Entra al baño, se desnuda y mira al espejo. Llora, ríe, frunce el ceño, pone cara de idiota, de caliente, de suficiencia, mueve la boca, cierra un ojo, se respinga la nariz para mirar los pelos, baila un poco, saca músculos, simula un coito, se estira, hace sonar sus vértebras, finalmente queda en la expresión más neutra que saca de su repertorio.
- Esto es lo que soy –sus palabras retumban en el vacío del baño. Al menos eso es lo que ven. Es esas muecas frente al espejo y no se lo cree. Pectus excavatus.

Promete nunca volver a mirarse a los ojos en el espejo.
Apaga la radio, cansado del ruido borrascoso, y se apresta para salir. Pronto las inquietudes volverán a su rincón particular. Deja de ser uno y pasa a ser otro. Infélix.

Decide no tomar el ascensor para no toparse con nadie, no lo soportaría, hoy no. Al salir del edificio ve un polluelo muerto aplastado en el suelo. Pobrecito, muy niño para volar. Mira hacia arriba, el cielo helado, las palomas en las cornisa. El día promete ser como tantos otros, piensa, un día de mierda.

Al poco caminar la certeza lo golpea: no tiene qué hacer, a dónde ir, nadie lo requiere hoy. Aún así sigue caminando, la vista en la vereda donde los papeles tirados se amontonan. Un hombre que los rastrilla le dice algo que no comprende, le sonríe igual, hace el esfuerzo.

Saca del bolsillo el borrador y lo lee...
“Mientras L duerme Francisca se para y camina desnuda por la alfombra. Se pone frente al espejo y mira...” No, tampoco resiste esto. Mira a las otras bancas del parque y no hay nadie. Rompe el papel.

Cierra los ojos y piensa. Mientras L duerme. Francisca desnuda. Alfombra. Espejo. Tras el reflejo de su sombra puede apreciar la ventana que muestra una pequeña fracción de la ciudad que titila esta noche. Titila. Palpita. Números rojos... Esta imagen lo fascina: “Francisca mete un mechón de su cabello tras la oreja y mira a L por sobre el hombro...

Caminando de nuevo por la Alameda, súbitamente se topa con un letrero que muestra una flecha hacia abajo con un lema que dice “Llegue a su destino aquí”. Por fin se ríe, después de todo está vivo, ¿no? Bajemos la escalera, qué diablos.

Desciende.

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