14-05-2007

Novela ambidiestra 2005 (proyecto) (X)



Diez



Lo primero que siento al acercarme a la carretera es el olor a carne asada...
El horror, el horror.
Hay mucha gente corriendo, entre ellos creo ver a mi madre y a mi tío Agustín, todos me miran con preocupación.
Entonces, entre la maraña de humo y niebla veo a la mujer tendida en el suelo, lo poco que quedó de su vestido rojo pegado a la piel, lo poco de piel que le queda aullando de dolor, pero ella en silencio...
Cuando llego a su lado estoy tranquilo, sin embargo al mirar sus ojos siento que voy a perder el control y quedo lívido. Sofía se acerca por mi espalda y me toma los hombros para susurrar en mi oído: Tienes que hacer lo que tienes que hacer...
Y despierto...
...

Al despertar cualquier rastro de sueño se aleja y no me quedan ganas de seguir en la cama. Afuera los pájaros recién empiezan a cantar y la luz apenas se atreve a entrar por entre las persianas. A mi lado sólo hay espacio y el gato duerme a mis pies. Trabajosamente me siento en la cama y me pongo las pantuflas y hago el esfuerzo necesario para pararme. Voy al baño con rapidez y orino en abundancia, un manantial que cae en desorden salpicando un buen radio. Tomo papel y limpio, como si tuviera algún sentido, como si siguiera importando. Después de eso el desayuno, contemplando la ventana y al gato que con anhelo captura los primeros rayos del sol. La ciudad que gana en altura y al fondo el mar. Me asalta la certeza de que he perdido algo, sin poder identificar claramente qué.
Pongo el disco de la décima sinfonía y me siento junto al balcón a calentarme los huesos. Pienso en bañarme, en salir a pagar las cuentas, en corregir los últimos capítulos, pero se está tan bien recibiendo el calor. Es tan plácido y tan doloroso ver la ciudad despertar.
De pronto, como si nada, suena el teléfono. Es Félix. Claro, mijito, acá lo esperamos. Calculo el tiempo y el vino que me queda. Es una razón para levantarse. Pongo el disco de nuevo y subo la interminable escalera para ir al baño. Sigo pensando en lo que he perdido y no puedo ubicarlo en mi mente. Tal vez un libro, quizás algo más pequeño.
Paso la mañana tratando de averiguarlo, pero nada, está perdido y no me puedo resignar. Al mediodía suena el timbre. Me asomo a ver y parado junto a la puerta está Félix que levanta su mano en un saludo, yo hago otro tanto. Al entrar nos damos un abrazo, me doy cuenta nuevamente que ha crecido y que además está muy delgado.
Pasemos, le digo, hablemos de la vida.

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